En el 2020, gracias a la campaña de desinformación, millones de norteamericanos creyeron –como un acto de fe donde la evidencia no importaba– que Joe Biden no había triunfado, sino Donald Trump, a quien le arrebataban el triunfo y se le impedía seguir gobernando. Todo ello a partir de una compleja y sutil conspiración contra él. El impacto generó rechazo hacia los resultados, manifestándose en niveles de violencia nunca antes vistos, que llegó a su expresión más alta en el asalto al Capitolio.
En nuestro país, hasta las elecciones del 2021, nunca en toda la historia de la República se había desarrollado un operativo de desprestigio –de un proceso electoral, de los organismos electorales y de quienes cuestionaban esos argumentos–, contando con la venia de muchos medios de comunicación, que ofrecían una cobertura sin mínimos filtros. Desconocer el resultado sobre las bases de la desinformación, ha desprestigiado las elecciones y ha dañado muestro sistema democrático. Lastimosamente, para muchos, el fin justifica los medios.